martes, 10 de marzo de 2009

Antofagasta: Madrastra poseída.





DE MADRASTRAS Y LEGIONES

Siempre la vi como una madrugada en llamas
cabalgada por cierta legión de brujos negros.
Por algún motivo siempre supe que así era,
pues todos los destinos, vidas, hogares,
almas y cuerpos que en mi ciudad pude ver,
eran tajeados por el hacha de una fuerza densa
que existía ahí entre nosotros.

En las esquinas, las plazas, las calles o avenidas,
esa maldición a gran escala
se metía en la piel y en la psiquis
e iba dejando cicatrices en el aire, asustando a los perros,
excitando a los gatos y matando a las palomas,
como si fuese una ceremonia de animita para nosotros
los cohabitantes de toda la acumulación
de postes uniformados y luces deprimidas,
aquellos escenarios cómplices y perfectos
como para morir de causas extrañas,
pues siempre se necesitó de más sangre
para satisfacer el rito de los drásticos hechos,
los accidentes graves, los homicidios repentinos,
las violaciones asquerosas o las pateaduras inmerecidas
que ella, la ciudad, guardaba en sus cerros,
a la luz del día,
silenciándose almas en el útero.

Cada edificio levantado
es una mueca más sobre tu arruga incurable.
Cada casa demolida
una cicatriz familiar en tu cuerpo abatido.
Madrugadas secas como cuchillos,
como piedras aún sin sangre,
caricia de ciudad, beso de calavera,
abrazo victimario de todas las energías llegadas e idas
de los brazos de esta gran madrastra a veces sin corazón,
de esta gran abuela sorda y burlona,
de esta gran placenta subterránea obesa de casas,
conflictos y gente atornillada al sistema del mundo.

Con un rictus pétreo, mimetizándome con el entorno,
salgo a recorrerte buscando alguna de tus caricias
o alguna de tus coincidencias sagradas, sólo te camino
para devolverte tus insultos y bellezas, tu apatía y tus regalos,
para ensuciarme de ti y tu chalina de tierra
y escribirte la piel con mi organismo
para que te veas no derrotada ante la maldición
que, en efecto, quizás nadie sabe que ya está aquí…

Oh Madrastra de mis años,
no te dejes asesinar por esta legión demoníaca.
Cuánto me diste y cuánto me quitaste,
Cuántos golpes nos diste, cuántos mensajes también.

Y veo las casas de madera brillando como oleajes de plateado marino
Grandes puertas como mayordomos disecados en la bienvenida
Profundas entradas con dirección anónima y luz templada
Una antigua epopeya que se consagra entre las gentes
¿Por qué la mudez de sus bocas es más grande y seca
que el propio silencio de las casas abandonadas?
Ahí esperan, como si sus construcciones se alzaran rebeldes
y en contra de una nueva época, una cruda modernidad.
Se alzan, rebeladas después del tiempo,
cristianizadas por infieles se quejan y crujen
para enderezar sus columnas vertebrales aun cuando el imperio
se encargue de aplastarlas por ser mudas testigos de su absurda barbarie.

Entonces me hago caminante cojo en aceras rotas
y así te sigo, esquivando las alcantarillas del maleficio
y repudiando a fuerza de paranoias
el asfalto que te enmascara tan roñosamente:
Como un tornado de mi nube negra
los días en tu calendario se vuelven fóbicos,
ennegrecidos y congelados por aquella masa de cielo podrido.
Comienzan en tus calles ciertos desmoronamientos,
ciertas corazonadas color hormiga, impulsos nerviosos
de las realidades no comprobadas por los sistemas sociales,
otoños muertos vestidos con chalecos,
mangas mordidas por la ferocidad del tiempo,
detenciones en veredas o desolaciones repentinas
que piden a lo menos un trago, un sorbo de mar y vino
por el ya consciente descubrimiento de tu lento asesinato ,
porque ahora juntos estamos metidos en esta celdilla tortuosa y viviente,
en esta ventanilla que, de la mejor vista a los atardeceres desérticos,
ha mutado a la sentencia negra de los cielos,
fuimos masticados y escupidos así
por las bestialidades calamitosas y los paisajes
que, exuberantemente desfachatados,
se muestran felices y orgullosos de su maldito progreso, su nueva cara.

Cómo iba a imaginarte al llegar a tu nombre
que serías como una criatura universal poseída por manicomios etéreos
o como una señora baleada
por los ataques y sarcasmos del poder y el dinero.
Juntos, como un solo planeta en extinción,
un mismo rugir bestial,
lloramos en las piernas de nuestra Madre Tierra,
y sabemos de algún modo que el gen de la barbarie existe
y chupa sangre,
sea mía
como habitante incluido en el plan
de la masacre terrestre que se lleva a cabo
o tuya,
como madrastra de miles de hijos
yaciendo en una misma hoguera.

Moscas en nuestras arterias
lombrices comiéndose la comida
Ritmos de titilación esquizofrénica
Imagen en la niebla
Portavoz del exterminio
Pueblo de mis sueños
Algarrobo encantado
Ángel desgarrado de alma y herido de balas y mañanas.
Soledad sin rincones
Extinción y polvo
Semilla del vientre hospitalario
Defunción coronada de harapos condenados
Habitantes inexistentes pero perpetuos
Sobredosis de espermios enfermando
Sol negro como luna ardiendo
Calle trasera, basura terrícola
Un sueño equivocado de mundos
que vuelve en sí chocando a su vez, con otros mundos.
Cielo enjaulado en el infierno
Preguntas sin respuesta
Puñal en la sien
Verano fiebre y alcohol
Torrentoso navegar cotidiano
Amargura anticipada al ocaso de los tiempos
Virulencia y enjambre de truenos reprimidos
por el estómago de los astros.
Días arden en mi estómago
Noches despiertan verdugos
No quisiera despertarme otra vez en el baldío de los ángeles
No quisiera que este mundo caiga en los drenajes del demonio
Y menos ahora que
el cielo es el techo que se cae
y el infierno el suelo que se eleva.

Me trastorno siendo un espectador
de todo este trance maléfico:
la vida en las ciudades
es como la pelea de dos pájaros titánicos
en el interior de una jaula modernizada,
allí se perpetúa la idea de nuestra estancia
en el infierno ardiente de toda esta cagada,
de este maldito caos encausando nuestras vidas:
Oh resultados de los malos cálculos terrestres,
dedicadas sean las tormentas y los vendavales
a todos aquellos que luchan por dejar una huella
en los caminos humanos.

Y si a madrastras e hijos quitan la vida
se retorcerá con el vaivén telúrico de la Tierra.
Destruirá con su báculo entonces
las calles repletas de sodomía
De kioscos vendiendo carne humana en los diarios
De ferias enteras pidiendo piedad
De semáforos derrocados en cementerios,
De cruces de pino oregón en las farmacias
De huellas dejadas por policías y prostitutas
De pasos sedados muriendo poco a poco en las avenidas
De cables, de estiércol de paloma,
De basura, de zapatos, de sombreros,
De toallas higiénicas, de calzoncillos cagados,
De vestidos, de uñas cortadas por nerviosos,
De cartas, de informes, de colillas de cigarro,
De colas de marihuana, de palos de fósforos,
De envases de jarabe y tiras de pastillas,
De cajas de vino, de botellas de pisco,
De ron, de gin, de vodka,
De cognac, de vermouth, de ferné,
De tequila, de whisky,
De vómitos humanos y animales,
De celo, de menstruaciones, de iras,
De traiciones, de términos de relaciones,
De embarazos, de soltería, cesantía,
De suicidios, de drogadicciones,
De homicidios, de golpizas, de cuchillos,
De cañones, de esposas, de por vida y un día...

Un día, después de tanta bruma,
en realidades póstumas,
en presentes a nuestro tiempo
que transcurren independientes al espacio,
las alturas humanas se verán en niveles que coronarán
nuestros ascensos con laureles ardientes, quemados
y oscurecidos en la asunción de madrastras oscuras como la propia Poesía.
Tras tanta batahola de llantos
y ramificaciones de vírgenes sin cuerpo ni cabeza,
tras ser arrancadas sus caras por el hacha y la brujería,
la legión será expulsada por la resurrección del hombre,
porque en algún paraje de los suicidios
dejamos también una flor sangrante por cada uno de ellos,
los que también amaron,
los que murieron para descubrir
el poder de los sentimientos, la majestuosidad del amor,
la elejía de avanzar heridos y machacados,
utópicamente obligados a ser luz en la oscuridad:
cada uno de los comunes y corrientes sabios
del paraíso estrellado de los montes y ciudadelas,
verá la sobrehumana coyuntura
entre hombre y Dios,
entre legiones y ciudades,
entre destino y sueños existenciales inacabados.


Porfelius

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