sábado, 1 de marzo de 2008


ES


Cuando morir se hace una seducción de largas piernas
y el deseo de desaparecer gime como orgía,
las razones quedan encarnadas al pecado
y las respuestas son asesinadas
por eróticas voces homicidas.

Cuando morir es permanecer en calma
y planear una última caricia de cuchilla
en la ya musculosa arterización de la huída,
un claro y premonitorio día de funeral
con campanadas señala la hora de la partida.

Cuando los mismos recuerdos amnióticos
golpean con una misma violencia embriona la reja,
arrancan las gaviotas perdidas de la hemoglobina,
se esfuma en magias la catástrofe-familia
y así el Padre, y el Hijo, y el Espíritu Santo
crean canciones inspiradas en el griterío
como jeringa y sedante para el caos de los nervios,
como parlantes de una separación que renace suicidios,
muertes consumadas como actos inconscientes,
totalmente puros, infantes y por lo tanto inocentes,
sin intención de maldad,
sin siquiera deseos de extinción de genes.

¿Fueron los ekekos lanzados en el antejardín,
y los hombres machos y las mujeres hembras
los responsables de la historia del fin?
¿Fue todo este maldito ritual de sadomasoquismo
la consecuencia de la magia negra en el destino?

Sólo sé que inevitable hoy es la caída,
pues sucumbir a mis miedos
es tan duro como decir que te quiero.

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